lunes, 31 de octubre de 2011

HAPPY HALLOWEEN...


Miedo. Ancestral, primitivo, ilógico. Real o imaginario. En el amplio muestrario sensitivo del ser humano, el miedo figura en grandes letras de imprenta como una de las estrellas del catalogo. Es uno de los primeros sentidos que desarrollamos y seguramente el último que sentimos, cuando nuestra vida se apaga y tenemos dudas razonables sobre lo que nos espera. Por el camino lo experimentamos en multitud de formas: miedo al fracaso, miedo a lo desconocido, miedo a lo diferente, miedo al sufrimiento, miedo al dolor físico. El miedo mueve el mundo.
El cine descubrió muy pronto que en nuestro interior late una pequeña vena sádica que necesita alimentarse regularmente y que el niño pequeño que todos llevamos dentro esta agazapado a la espera de un buen susto. ¿Somos un 80 % agua? No; somos un 90 % miedo.
En mi caso ahí va un repaso a algunos hitos en ese esfuerzo del arte cinematográfico por removerme las entrañas. No todo son buenas películas, pero todos estos personajes conectaron con el pequeño curioso que se acurruca linterna en mano en el interior de mi cabeza bajo un montón de mantas. De paso enumero unos cuantos buenos disfraces para la noche en que realidad y fantasía se confunden en medio de una densa niebla…
PSICOPATAS/ASESINOS EN SERIE
NORMAN BATES (Anthony Perkins) en “PSICOSIS” (Alfred Hitchcock, 1960)

El agradable chico de al lado con cara de no haber roto un plato en realidad es un esquizofrénico paranoico que lleva el complejo de Edipo hasta sus últimas consecuencias en el aislado motel de carretera que regenta. Imposible no atrancar bien la puerta antes de darse una ducha después de verla.
LEATHERFACE (Gunnar Hansen) en “LA MATANZA DE TEXAS” (Tobe Hopper, 1974)

El sonido de una sierra mecánica a lo lejos nos sobresaltará para siempre gracias a la familia caníbal de lo más disfuncional que protagoniza esta oda a la casquería repleta de escenas truculentas que en el momento de su estreno hacía desmayarse al personal que acudía despistado a las salas de cine underground donde se exhibía. El que estuviese inspirada en el asesino en serie real Ed Gein (que amuebló su granja de Wisconsin utilizando los huesos y pieles tanto de sus víctimas como de los cadáveres que desenterraba en el cementerio local) no ayudaba a dormir mejor.
MICHAEL MYERS (Tony Moran) en “LA NOCHE DE HALLOWEEN” (John Carpenter, 1978)

El hermano mayor de Jason Voorhees y unos cuantos locos enmascarados más nacidos a su rebufo, huye del psiquiátrico donde lleva encerrado desde que con 6 tiernos años y vestido de encantador payasito decidiera cargarse a su hermana mayor con el cuchillo de trinchar el pavo. A partir de aquí, nadie está seguro y mucho menos la niñera adolescente interpretada por Jamie Lee Curtis. La monocorde música de piano que acompaña cada cuchillada, compuesta por el propio director, pone los pelos tan de punta como la magistral sinfonía que Bernard Herrmann creó para las andanzas del tímido Norman en el Bates Motel.
JASON VOORHEES (Ari Lehman) en “VIERNES 13” (Sean S. Cunningham, 1980)

Los Campings siempre han sido un lugar apropiado para intercambiar relatos de terror a la luz de la hoguera, pero en este caso un enloquecido psicópata con máscara de hockey lo utiliza de escenario para cobrarse venganza por antiguos agravios adolescentes a ritmo de machete palmero. Era mala, pero recién iniciados los relativamente coloristas años ochenta, tantos litros de sangre a discreción te hacía replantearte lo de inscribirte en los boys scouts.
POSEIDOS/DIABÓLICOS
REGAN MacNEILL  (Linda Blair) en “EL EXORCISTA” (William Friedkin, 1973)

Cuidado con jugar a la guija para matar el tiempo una aburrida tarde de otoño porque nunca sabes quién puede acudir a tu reclamo. La poseída Regan, que pasa de dulce niñita con sonrisa angelical a engendro diabólico, nos ha dejado para la posteridad numerosas escenas de puro escalofrío y litros de vómito, mientras un torrente de exabruptos con la cascada voz de Mercedes McCambridge en la versión original taladraba nuestros atónitos oídos. De todas ellas, la escena donde baja a cuatro patas por la escalera, quizás con el objetivo de mearse en la alfombra nueva, es mi preferida.
DAMIEN THORN  (Harvey Stephens) en “LA PROFECIA” (Richard Donner, 1976)

Un niño poseído acojona, pero un niño que en realidad es la reencarnación del Diablo espanta. La escena donde una entregada niñera se suicida ante los ojos de varias decenas de invitados y la impávida mirada de un siniestro querubín de 6 añitos, queda grabada en la retina mientras te acaricias el cuero cabelludo buscando marcas de nacimiento indeseadas y te replanteas aquello de si la adopción es siempre una buena opción.
JACK TORRANCE  (Jack Nicholson) en “EL RESPLANDOR” (Stanley Kubrick, 1980)

Kubrick manipuló a su antojo una excelente novela de Stephen King para crear un extraordinario relato de terror sin ambages, donde un escritor alcohólico en plena tormenta creativa se encierra con su familia en un aislado hotel en las montañas para ser poseído, ya no por un ente diabólico, sino por toda una colección de ellos, reales o imaginarios, que le impulsan a masacrar a todos sus seres queridos. La mirada vacía y la sonrisa caníbal de Jack NIcholson persiguiendo hacha en mano por los vacíos pasillos del Overlook a sus aterrorizados esposa e hijo pequeño han dejado su huella en los sueños de varias generaciones.
LOS ESPECTADORES de “DEMONS” (Lamberto Bava, 1985)

El terror de serie Z no siempre da risa, ni mucho menos. Una agradable velada en un cine viendo una peli de terror y comiendo palomitas se puede convertir en una pesadilla cuando la ficción que ves en la pantalla se traslada a la platea y alguien atranca las puertas. Un virus demoníaco va convirtiendo a los asistentes en criaturas sedientas de sangre (litros y más litros de sangre, literalmente) mientras las posibilidades de sobrevivir se reducen exponencialmente. Esta película me produjo pesadillas durante meses.
FANTASMAS/CRIATURAS
GRAF ORLOK  (Max Schreck) en “NOSFERATU EL VAMPIRO” (F.W. Murnau, 1922)

El cine ha bebido en multitud de ocasiones del mito de Drácula: desde el glamuroso aristócrata encarnado por Bela Lugosi hasta el canónico e incurablemente romántico vampiro interpretado por Gary Oldman (en la mejor y más fiel adaptación de la novela de Bram Stocker, llevada a cabo por Francis Ford Coppola en 1992), pasando por el enloquecido chupasangre al que dio vida Christopher Lee en las míticas películas de la Hammer, pero es el personaje creado en torno al acongojante físico del actor alemán Max Schreck por el director expresionista Friedrich Wilhelm Murnau, el que se lleva la palma en eso de aterrorizar al personal. La leyenda urbana de que Schreck (apellido que significa terror en alemán) era un vampiro real utilizado por Murnau para hacer más creíble el cuento gótico del sanguinario conde rumano, todavía añade más leña al fuego de la leyenda sobre esta película. En 1979 Werner Herzog se valió de Klaus KInski  para hacer un remake aceptable pero bastante menos inquietante, quizás porque Kinski nunca necesitó maquillarse como una puerta para darnos yuyu.
DANNY GLICK  (Brad Savage) y el resto de habitantes de JERUSALEM’S LOT en “EL MISTERIO DE SALEM’S LOT” (Tobe Hooper, 1979)

Stephen King narró su propio cuento de vampiros en una de sus primeras y mejores novelas, que un post matanza de texas Tobe Hooper adaptó en una miniserie de televisión que quizás ahora nos resulte simpática pero que al que escribe inquietó sobremanera cuando la vio por primera vez a sus tiernos ocho años cuando se emitió en España en 1982. La llegada de unos extraños nuevos vecinos a un apacible pueblo de Maine desencadena una oleada de extrañas muertes y desapariciones. Lógicamente la escena en que el niño protagonista es despertado  de madrugada por su habitual compañero de juegos, suspendido al otro lado de la ventana mientras su sonrisa maléfica revela unos afilados incisivos, me produjo tantos escalofríos que la ventana de mi habitación permaneció invariablemente cerrada durante mucho tiempo, incluso en lo más tórrido del verano zaragozano.
REVERENDO KANE  (Julian Beck) en “POLTERGEIST II: EL OTRO LADO” (Brian Gibson, 1986)

Vivir en una casa sobre un cementerio indio es una pésima idea, pero trasladarte a otra cimentada sobre los restos de una secta decimonónica es todavía peor, sobre todo si el huesudo fantasma vestido de negro impoluto del gurú que llevó a decenas de personas a enterrarse vivas en un suicidio colectivo que hubiera hecho las delicias de la Secta de los hijos del Sol y perturbados semejantes, acude a tu porche y te pregunta por tu hija pequeña. Al lado del reverendo Kane, encarnado por el auténticamente siniestro actor Julian Beck, los juguetones espíritus que llamaban a Carol Anne desde el televisor se convierten en simpáticos Teletubbies.
PENNYWISE  (Tim Curry) en “IT” (Tommy Lee Wallace, 1990)

La mediocre adaptación de la seguramente mejor novela del maestro Stephen King (sí, soy fan acérrimo del autor norteamericano, ¿y?) solo se salvaba gracias al engendro disfrazado de payaso interpretado por un acertadísimo Tim Curry. Pennywise el payaso  fue concebido como encarnación de todos los terrores infantiles que en mayor o menor medida hemos experimentado la mayoría de los mortales en nuestra infancia y nos reafirma en nuestra convicción de que los payasos dan mal, pero que muy mal, rollo.
SAMARA (Daveigh Chase) en “THE RING (LA SEÑAL)” (Gore Verbinski, 2002)

Tanto en la película norteamericana como en la japonesa en la que se basa, la infernal Samara o Sadako, en su versión original, pone los pelos de punta. La visión de la criatura saliendo de la pantalla del televisor arrastrándose hacia sus víctimas es de las que te hace necesitar varias mantas sobre la colcha para entrar en calor. Conozco a más de uno y una que necesita apagar completamente el televisor antes de irse a la cama, porque desde que vio la película la simple luz de stand by le inquieta sobremanera. Es la (diabólica) magia del cine.

Y dicho esto… ¿Nos hacemos unas pelis esta noche?

viernes, 14 de octubre de 2011

BREAKING LA PANA



Vince Gilligan es un genio. Brian Cranston es el puto amo. Así, sin más. La cuarta temporada de "Breaking Bad" ha acabado y nos ha dejado como siempre con una sensación de pasmo, empapados de esa angustia que exudan los personajes al límite que purulan por la obra maestra creada por Gilligan y por la que nadie daba un duro al principio. A estas alturas no debería sorprendernos su genialidad, pero lo sigue haciendo como el primer día. A estas alturas ya deberíamos conocer a Walter White, pero que va, antes nos daba pena, luego nos hacía gracia y ahora nos acojona en una espiral lógica aplastante pero no por ello menos inquietante. Pocos personajes televisivos estan tan bien escritos y tan magistralmente interpretados como el de Brian Cranston. Y no podemos olvidar al comecámaras Aaron Paul. Y al gran Giancarlo Esposito, que crea un villano tan poliédrico como inolvidable: Gustavo Fring. Esposito debería estar en la carrera de los Emmys del próximo año.

Esta temporada ha sido como una buena sinfonía, con un crescendo narrativo que ha culminado en el brutal último capítulo, donde la historia revela que no esta tan claro quien es el malo y quien es el bueno de la función. Todos los personajes podrían aspirar a cualquiera de los dos premios. Y Walter White continua en un viaje hacia el autoconocimiento que ýa ha dejado muchos cadáveres por el camino y que puede acabar como el rosario de la aurora. Y nosotros asistimos atónitos a sus periplos por el lado oscuro convencidos de llevar en nuestro interior a un pequeño Walter White. Y regocijándonos secretamente por ello. Como diría cualquiera de los emigrantes ilegales explotados por Gus Fring en esa mítica lavanderia con trastienda que tantos buenos momentos nos ha dado: Ese gringo rompe con la pana, wei.