viernes, 14 de octubre de 2011

BREAKING LA PANA



Vince Gilligan es un genio. Brian Cranston es el puto amo. Así, sin más. La cuarta temporada de "Breaking Bad" ha acabado y nos ha dejado como siempre con una sensación de pasmo, empapados de esa angustia que exudan los personajes al límite que purulan por la obra maestra creada por Gilligan y por la que nadie daba un duro al principio. A estas alturas no debería sorprendernos su genialidad, pero lo sigue haciendo como el primer día. A estas alturas ya deberíamos conocer a Walter White, pero que va, antes nos daba pena, luego nos hacía gracia y ahora nos acojona en una espiral lógica aplastante pero no por ello menos inquietante. Pocos personajes televisivos estan tan bien escritos y tan magistralmente interpretados como el de Brian Cranston. Y no podemos olvidar al comecámaras Aaron Paul. Y al gran Giancarlo Esposito, que crea un villano tan poliédrico como inolvidable: Gustavo Fring. Esposito debería estar en la carrera de los Emmys del próximo año.

Esta temporada ha sido como una buena sinfonía, con un crescendo narrativo que ha culminado en el brutal último capítulo, donde la historia revela que no esta tan claro quien es el malo y quien es el bueno de la función. Todos los personajes podrían aspirar a cualquiera de los dos premios. Y Walter White continua en un viaje hacia el autoconocimiento que ýa ha dejado muchos cadáveres por el camino y que puede acabar como el rosario de la aurora. Y nosotros asistimos atónitos a sus periplos por el lado oscuro convencidos de llevar en nuestro interior a un pequeño Walter White. Y regocijándonos secretamente por ello. Como diría cualquiera de los emigrantes ilegales explotados por Gus Fring en esa mítica lavanderia con trastienda que tantos buenos momentos nos ha dado: Ese gringo rompe con la pana, wei.


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