Como cada año, llega el momento de volver a la cruda realidad. Una realidad cada vez más oscura. La certeza de que el mundo que hasta ahora habíamos conocido se agrieta. En septiembre habrá que hacer recuento de daños y puede que cuando lo hayamos hecho sintamos que jamás deberíamos haber abandonado esa playa donde el ruido del mar y de las charlas intrascendentes solazaban todo lo demás, todos los malos pensamientos y predicciones negativas con las que los nuevos gurus nos bombardean desde sus poltronas. Junto al mar nos sentíamos a salvo mientras unas dictaduras caían y otras se deslizaban en las sombras hasta llegar al congreso de los diputados en forma de reforma constitucional pactada a nuestras espaldas, mientras enterrabamos nuestros problemas bajo capas y mas capas de arena. Septiembre nos recibe con el Estado del bienestar desmoronado, la economía con respiración asistida, las ciudades repletas de pisos fantasma, más desahucios y más parados con demasiado tiempo para pensar en la broma que el neoliberalismo salvaje nos ha gastado a todos. Los banqueros recuentan beneficios y calculan provisiones. Los políticos supuestamente elegidos democraticamente se venden al mejor postor.
Agosto no debería haber acabado nunca.
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