Cuando un buen amigo me regaló “El poder del perro” no había oído hablar de Don Winslow. Inmediatamente después de haber leído sus primeras páginas lo incluí en la categoría de escritores para no perder de vista. “El poder del perro” es una fascinante novela-río sobre la creación y auge de un poderoso cártel de la droga mejicano y el agente norteamericano empeñado durante décadas en derribarlo. Hacía tiempo que no leía algo tan bueno y estaba ansioso por leer nuevos trabajos de este ex detective privado que parecía conocer al dedillo los resortes del thriller con toques épicos mucho mejor que Mario Puzo, cuya mediocre novela “El Padrino” es un ícono en esto del crimen organizado novelado (La complejidad de personajes, su aire shakesperiano, su envergadura dramática, en definitiva todo lo que hace de su adaptación cinematográfica en dos partes la mejor película de todos los tiempos no aparece por ninguna parte en sus páginas, con lo que todavía el papel de Francis Ford Coppola es de mayor mérito si cabe).
Cuando cayó en mis manos “El invierno de Frankie Machine” (Planeta), su última novela publicada, estaba ansioso por empezara a leerla. Además tenía un argumento prometedor: Un legendario matón de la mafia retirado se ve obligado a volver a las andadas para proteger a su familia y a sí mismo tras escapar de un intento de asesinato, mientras investiga quién o quienes están interesados en su muerte. Sonaba de miedo. Y la novela da miedo. Pero del malo.
Donde en su obra maestra había personajes complejísimos inmersos en dilemas morales del todo reconocibles, aquí solo hay caricaturas, simples esbozos sin alma de los que te cuesta si quiera recordar sus nombres. En donde había largas escenas de tensión dramática in crescendo hasta dejarte sin aliento, aquí hay simples viñetas resueltas precipitadamente sin la menor consideración por el desarrollo de la trama o los personajes. Donde había verdad a raudales en cada frase escrita con precisión de cirujano para obtener una reacción en el lector, aquí solo aparecen a cuentagotas mientras toda una sucesión de clichés se amontonan uno tras otro para poner un punto y final tan previsible que ya te lo esperas antes de llegar a la mitad del libro.
Mientras leía (y tras los primeros capítulos ya tenía ganas de acabarlo) me preguntaba si ambos libros habían sido escritos por la misma persona. Creo que es la peor pregunta posible. Don Winslow debería ser el primero en reconocerlo.
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