"Heeere's Johnny!" |
Ayer zapeaba aburrido y de repente me encontré con el terrorífico careto de Jack Nicholson, más Nicholson que nunca, vagando enloquecido por el ¿vacío? hotel Overlook. Hacía mucho tiempo que no veía “El resplandor” y tengo que decir que no ha perdido ni un ápice de ese poder perturbador que tanto aterrorizó a mi generación. Cuando se estrenó, yo tenía seis años, exactamente la misma edad que tenía Danny Lloyd, el niño que interpretaba a Danny Torrance, cuando la rodó. También tenía un triciclo y un corte de pelo parecido, típico de finales de los setenta y principios de los ochenta. Y tenía mis rarezas, junto a una imaginación desbocada que me jugaba a menudo malas pasadas. Lo que no tenía era poderes telepáticos (ya me hubiese gustado) aunque si quería me los inventaba. La única magia que conocía era la magia de la infancia. Y sobraba.
Danny Lloyd en "El Resplandor" y en la actualidad. Trabaja como profesor de Biología en Missouri. |
Aunque la vi por primera vez algunos años después (en cuanto pude zafarme de la férrea censura de mi padre, cosa que hacía mucho más de lo que a él le hubiera gustado) me sentí inmediatamente identificado con aquel niño “rarito” y creo que esa era precisamente la intención de Stanley Kubrick: lo inquietante puede convertirse en auténticamente terrorífico cuando se ve a través de los ojos de un niño. Convertir al espectador en un crio asustado es una de las grandes claves de esta película. “El resplandor” nos retrotrae a la infancia, a nuestros fantasmas olvidados, a aquellas sombras que no nos dejaban dormir de noche, a todos aquellos ruidos extraños que nuestros padres nunca parecían oír y además… ¿Puede haber algo más horrible para un niño pequeño que el monstruo del armario, que el hombre del saco, sea la persona que se supone te tiene que proteger: tu propio padre? “El resplandor” nos sigue asustando treinta años después porque toca magistralmente la tecla adecuada para empequeñecernos, tengamos la edad que tengamos, y somos muchos los que todavía cuando caminamos por algún enmoquetado pasillo de hotel en penumbra se nos viene a menudo a menudo a la cabeza , tan fugazmente que casi no nos damos cuenta de ello, la imagen de dos niñas vestidas como muñecas de otra época observándonos fijamente en silencio tras el último recodo. Esperándonos.
Me encanta esta película!
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